Konrad Lorenz no es un narrador de historias, sino un científico, ganador del premio Nobel por sus investigaciones en el campo de la etología (ciencia que estudia el comportamiento animal). Probablemente, si su obra no hubiera estado junto a mis libros de cuentos y mitología, el propósito de este proyecto y sus contenidos serían muy diferentes.
Hay
muchas razones para considerar que en la antigüedad, el humano tenía un
mejor conocimiento de la realidad animal que la que ha tenido hasta la
aparción de la etología. Los animales se han conocido mucho mejor entre
ellos, pues su supervivencia depende de la observación y el aprendizaje
de los unos sobre los otros.
Hemos
visto, a través de los bestiarios medievales, el desconocimiento o la
omisión de la realidad animal, tomando formas reales y fantásticas por
igual y poniéndolas al servicio de una doctrina determinada. Y hemos
visto , recientemente, cómo los mediáticos "amantes de los animales"
tiran por la borda el trabajo de años por cometer absurdas imprudencias.
En ningún caso hay un respeto real hacia los animales.
Los
animales tienen sus propias reglas, en el mundo salvaje. No todas
obedecen a instintos, sino que en la conducta animal se encuentran a
menudo, conocimientos adquiridos, legados de generación en generación. La
relación entre humanos y animales puede estrecharse en la medida que el
humano comprende la realidad de los códigos que rigen la conducta de
una determinada especie, pero sobre todo, en la medida que estas reglas
permiten una aceptación del humano.
Probablemente, nadie como los loberos, los meneurs de loups, comprendió esto.
Lorenz
nos recuerdo el respeto que debemos sentir por esta realidad, la
necesidad de no perderla de vista, aún cuando a través de los mitos
estas criaturas sean re-creadas en nuestras construcciones culturales.
PRÓLOGO DE "EL ANILLO DEL REY SALOMÓN"
Lo que llevé a cabo movido por la ira,
Creció con el ímpetu de la noche a la mañana,
Mas no perduró en la lucha con los elementos.
Lo que sembré movido por el amor,
Germinó con firmeza y maduró pausado,
Y gozó de la bendición del cielo.
PETER ROSEGGER
Para poder escribir sobre a vida
de los animales se ha de tener una sensibilidad cálida y sincera hacia
toda criatura viva. Yo creo poseer esta condición; pero no recuerdo los
versos de Peter Rosegger con que encabezo este prólogo con el deseo de
poner en relieve que este libro sea fruto de mi amor por los animales
vivos, sino todo lo contrario, puesto que ha nacido del enfado que me
producen muchos libros que tratan de animales. Debo confesar que si algo
he hecho en mi vida movido por la ira, ha sido precisamente el escribir
las historias que doy en estas páginas.
¿Qué es lo que me molesta? El
montón de libros sobre animales, llenos de embustes e increíblemente
malos, que se ofrecen hoy en todas las librerías; la turba de escritores
que se atreven a contar cosas de los animales sin conocerlos. No pueden
subestimar los errores que difunden las historias de animales escritas
de manera irresponsable, especialmente entre la juventud sensible.
No vale objetar que las
falsedades son simples licencias de una exposición artística. Desde
luego, a los poetas les está permitido estilizar a los animales, lo
mismo que cualquier otro objeto, según las necesidades de los
procedimientos poéticos. Los lobos y la pantera, el inolvidable
meloncillo "Rikkitikkitavi" de Rudyard Kipling hablan como hombres; la
abeja "Maya" de Waldemar Bonsel es tan formal y cortés como una persona
bien educada.
Pero estas licencias sólo pueden
permitirse al que conoce realmente a los animales. Tampoco puede
exigírsele, al que se dedica a las artes plásticas, que eleve la
representación de un objeto hasta la exactitud científica. Pero mala
cosa si no "conoce" y si su "estilización" es sólo un manto que pretende
usar para encubrir su incapacidad.
Yo soy naturalista, no artista;
de manera que no me voy a permitir semejantes licencias o
"estilizaciones". Por lo demás, creo que si se quiere convencer al
lector de la belleza de un animal, no es necesario recurrir a tales
libertades, pues basta con atenerse a los hechos, como en los más
rigurosos trabajos científicos, ya que las verdades de la Naturaleza
orgánica son de una belleza que inspira amor y veneración, y se nos
ofrecen tanto más bellas cuanto más penetramos en sus detalles y
particularidades. Es un desatino decir que la investigación positiva, la
Ciencia, el conocimiento de las relaciones naturales, menguan el placer
que procuran las maravillas de la naturaleza. Al contrario, el hombre
se siente conmovido por la realidad viva de la naturaleza, y tanto más
profundamente cuanto mayores son sus conocimientos sobre ella. No existe
ningún buen biólogo, cuyos trabajos fueran coronados por el éxito, que
no haya sido llevado hacia su profesión por aquel placer interior que
deriva de contemplar las bellezas de las criaturas vivas, y que al mismo
tiempo no sienta aumentar su placer en la Naturaleza y en el trabajo, a
medida que se amplían sus conocimientos profesionales. Lo dicho se
aplica a todas las ramas de la Biología, aunque de una manera especial
para la investigación del comportamiento de los animales, a la que he
dedicado mi vida de trabajo. Esta parte del estudio requiere
familiarizarse directamente con los animales vivos, y pide, además, una
dosis de paciencia tan extraordinaria, que no basta, para perseverar en
ella, el simple interés teórico, sino que exige algo más: el amor que
sabe ver, tanto en el comportamiento de los animales como en el del
hombre, las relaciones que presentía. Y ya sólo me queda expresar el
deseo de que este libro no resulte un fruto malogrado, pues aunque,
hasta cierto punto, ha sido engendrado por un sentimiento de ira, éste
no habría nacido, al fin y al cabo, sin aquel amor.
Konrad Lorenz
FUENTE:
Konrad Lorenz, "El anillo del Rey Salomón (Hablaba con las bestias, los
peces y los pájaros)", Ed. RBA, Barcelona, 1993.pp.17-19
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